La jerarquía católica que salió del 1 de abril de 1939 fue también "una, grande y libre" hasta el final del franquismo. La comunión entre Iglesia y Estado se forjó a balazos en las primeras décadas de dictadura. Y cuando algunos sacerdotes trataron de plantar cara al régimen, sobre todo en las décadas de 1960 y 1970, fueron multados y encarcelados en la prisión de Zamora. La lucha de esos curas obreros también ha sido olvidada por la Iglesia.
No hay espacio en la memoria de los obispos para hombres como Laureano Molina, de la generación de seminaristas del curso 1951-1952. "Somos los hijos del Concilio Vaticano II. Los que decidimos cambiar la sotana por el mono de trabajo", recuerda. Molina se secularizó "asfixiado" por una Iglesia que no dejó hueco a los que entendieron el Evangelio como herramienta para ayudar a los pobres. Tras salir de la Iglesia, ejerció de camionero, se casó y tuvo tres hijos.
Molina chocó contra un muro en la década de 1970. El obispo de Zaragoza, Pedro Cantero Cuadrado, procurador en las Cortes, miembro del Consejo del Reino y del Consejo de Regencia, le llegó a espetar: "No te metas en política". Cantero fue uno de los inquisidores que trató de sofocar el obrerismo cristiano. Decenas de curas fueron multados por desviarse de la doctrina del régimen. Quien no aceptó la multa, no tuvo otra salida que la secularización o el castigo en la cárcel de Zamora.
Entre 1973 y 1976, fueron encarcelados allí 120 sacerdotes, según un estudio del historiador Francisco Martínez Hoyos. Las multas a 108 curas díscolos sumaron 11 millones de pesetas (66.000 euros). El recinto cerró en 1976 con sólo tres presos, uno de ellos, encarcelado por "delitos políticos".
La cárcel de Zamora llegó a encerrar a 120 párrocos díscolos entre 1973 y 1976
La cárcel de Zamora fue un logro de los obispos encabezados por el cardenal Enrique Tarancón. Una cárcel sólo para religiosos era necesaria en una dictadura que terminó sus días persiguiendo a curas díscolos. "Ni siquiera países oficialmente ateos, como los del bloque comunista, anticlericales por definición, llegaron a tanto", reflexiona Martínez.
"Ahora nada tiene que ver con entonces. Salvo los misioneros, la Iglesia siempre va con los ricos. Nosotros fuimos un clero muy crítico", recuerda Molina, que al final no tuvo más remedio que colgar la sotana. "La fe no se pierde nunca, pero estaba asfixiado; Cantero era más amigo de Franco que del Evangelio", explica.
El ejemplo de la mano del obispo Cantero tuvo la máxima repercusión con el denominado caso Fabara. El padre Wilberto Delso, compañero de seminario de Molina, desafió a la jerarquía en 1974 impulsando charlas polémicas para jóvenes en su parroquia zaragozana de Fabara. Las censuras de los vecinos, escandalizados por las charlas sobre la píldora o el divorcio, llegaron al obispo, que no dudó en cesar al párroco. La solidaridad con el padre Delso supuso la renuncia de 34 sacerdotes más. Monseñor Cantero no dio su brazo a torcer y el cisma provocó una crisis de secularizaciones.
Una nueva vida
Colgar la sotana supuso, para muchos de esos curas, la entrada en una nueva vida. "No había tenido nunca una compañera. Yo preguntaba y me decían: empieza por el barrio, por el trabajo...", cuenta Molina. "Fuimos una generación que leyó mucha literatura en el seminario. Estuvimos en contacto con el existencialismo de Camus o Sartre. Sin duda, eso ayudó", explica.
"Esos conceptos de secularización y modernización, la normalidad de un discurso en favor de los pobres... Es imposible ahora. También ha influido el progreso de la España de hoy, pero, sin duda, la llegada de Juan Pablo II y el Opus Dei supuso el inicio de la ruptura y la involución actual", analiza el historiador Julián Casanova, autor de La Iglesia de Franco (editorial Crítica). Molina comparte el análisis y asegura: "Hasta que todos mis compañeros curas y obispos no sean capaces de asumir lo que se dice en ese libro, no hay solución. La Iglesia es una farsa".
lunes, 1 de junio de 2009
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